A los profesionales del ámbito judicial se les supone buena oratoria. Por la naturaleza de sus profesión es evidente que el trabajo de documentar y argumentar sus exposiciones verbales les ocupa un tiempo preciado, quizás el de mayor relevancia intelectual. La cuestión reside en la falta de preparación en cómo serán dichos en voz alta esos argumentos. Cómo responderán a sus opuestos ante un argumento nuevo o imprevisto. Cómo resolverán cualquier situación dialéctica conflictiva. Cómo trasladarán la impresión de dominio de la situación. O cómo elegantemente resolverán una intervención aún a sabiendas de la dificultad de su posición de defensa. En todo ello reside parte importante de la brillantez del orador, es cierto. Pero hay aún más. Un aspecto descuidado y en cierto modo desconocido por la mayor parte de los letrados. Es la comunicación no verbal ante un tribunal… o ante un cliente.